24 de marzo de 2013

quien esté libre de haber 'turisteado'...

ELOGIO DEL NOMADISMO
«Uno no viaja para proveerse de exotismo y anécdotas con que adornarse como un árbol de Navidad, sino para que el camino lo desplume, lo enjuague, lo escurra, lo deje como esas toallas, raídas por los lavados con lejía, que te entregan junto con un pedazo de jabón en los burdeles... Sin este desapego y esta transparencia, ¿cómo puede uno esperar hacer ver lo que ha visto?". Así lo dice, y muy bien, por cierto, Nicolas de Bouvier, escritor helvecio, alma nómada y pluma vagabunda. Príncipe de las 'travel writers'.

Contradiciendo el cliché ampliamente difundido, los nómadas no se dedican al vagabundeo. Muy al contrario. Sólo se ponen en movimiento por necesidad, y sólo siguen caminos recorridos muchas veces. A menudo a regañadientes. Siempre en el momento oportuno. Conjugan el movimiento y el arraigamiento, no buscan huellas. Simplemente es una cuestión de vida o muerte. Se trata de evitar el nudo corredizo del hambre. Y también de deslastrarse de toda grasa, de todo lo superfluo, de todas las cosas inútiles. Con un corazón veloz como único viático, una pizca de incredulidad en la comisura de los labios, hay que volar con alas de águila sin preocuparse del tiempo de los relojes de péndulo ni de los de arena. Así pues, desplazarse, trashumar con familia y rebaños no es un lujo, sino una necesidad económica. Ecológica.

Nada tiene que ver con el turismo de masas, con sus chucherías y baratijas, sus sospechosos dioses y sus verdaderos demonios (el capital), sus revistas de papel satinado, sus iconos gastados, su arte de aeropuerto, su palabrería y su desvarío, su cine huero, sus películas Bollywood, sus novelas de estación terminal, su estética 'kitsch', su sonrisa comercial, sus chalés y sus chárteres, sus operadores turísticos, sus pendencieros de poca monta, sus burgueses bohemios, sus prótesis somáticas, su prudencia vaticanesca, su fábrica de sueños desbravados, sus periodistas 'freelance', sus circuitos de aventuras, sus mironas de escaparates, sus tipos de cambio, sus 'rickshaws' y su calderilla, su gente anodina, su burbuja esterilizada, sus cocoteros y sus cielos tórridos, sus afortunadas víctimas de las campañas publicitarias, sus deseos profilácticos, su carne en la acera, sus divagaciones y su aburrimiento, sus escenas pintorescas, sus tipos étnicos, sus trazados rectilíneos, sus sorprendentes viajeros, sus cinco continentes balizados, su falsa primavera y su eterno verano, su bazar de cuatro estaciones, sus músculos juvenilmente tensos, sus vacunas y su cláusula de repatriación, su vellocino de oro, sus arcas perdidas, su Tierra del Fuego, su Atlántida para enanos mentales, sus santos sin sudario, sus deportes de riesgo, sus amables animadores, sus cantantes con trenzas, su mochila y sus pupas, sus serpas del Nepal, sus prendas de ropavejero y sus Ray Ban, su música empalagosa, su cocina insípida, su ponche de coco, sus cubalibres, sus cañas de cerveza, sus ensaladas de frutas exóticas, sus cremas solares, sus eslips, sus bikinis, sus toneladas de basura, su Mickey Mouse y su Che Guevara, sus jornadas temáticas, su azul de los mares, su azul de Grecia, sus álbumes de fotos y su recuerdo de ayer, su chusma en Tijuana, sus esculturas de Zimbabue, sus amores en Capri, su 'french-kiss', su 'french cancán', sus Taj Mahal de pacotilla, sus riberas, sus carreteras, su ascensión al monte Kilimanjaro, sus estados de ánimo bituminosos, su mestizaje dudoso y su fin de la historia, su entusiasmo tan espontáneo como un plato del día, sus objetivos categóricos, su filosofía clo clo, sus yo volátiles y gregarios... 

(...) «Un viaje no necesita motivos. No tarda en demostrar que se basta a sí mismo. Uno cree que va a hacer un viaje, pero enseguida es el viaje el que lo hace o lo deshace a él» (...)

Y a todas estas, ¿qué fue del nómada? Ya está lejos. Ha desaparecido más allá del horizonte, lo ha dejado atrás. Es difícil atraparlo vivo y presentar su esencia en forma de legajo de hojas impresas. Es difícil describirlo con palabras. Incluso con palabras claras, palabras cálidas, palabras-caricia, palabras-mapamundi. Ante la imposibilidad de seguir su rastro por los caminos, senderos y recodos que suben y descienden hasta extenuar, no queda otra alternativa que hacerse libresoñador. No hay que malgastar el sudor, la saliva y el aliento. No se trata de ensimismarse ni de quedarse en remojo en la marisma de la circunspección. Al contrario, lo que hay que hacer es cazar furtivamente espejismos. Crear silencio alrededor de uno mismo. Ser humilde y amar la lentitud. Llevar sus provisiones: el pan vivo, el agua viva, los tés en tres tiempos (el primero es amargo como la vida, el segundo es fuerte como el amor y el último es suave como la muerte), el canto del silencio. Prestar oídos al poeta que, por ejemplo, soltó esto: «... for us in the archipielago the tribal memory is salted with the bitter memory of migration» (Derek Walcott). Lo mismo nos podemos aplicar a nosotros, diasporizados y nativos-natales reunidos. Nómadas ateridos, con o sin malaria, con o sin cámara, con o sin estilográfica, corriendo el peligro de vernos sorprendidos por la helada de los días sin fin. » 

Prefacio al libro "MERCADO DE HISTORIAS"
por Abdourahman A. Waberi
Ed. Icaria. 2003