Vivimos un nuevo incendio de la biblioteca de Alejandría, silencioso e invisible. Las cintas se rayan y se desmagnetizan, las películas pierden nitidez, las memorias electrónicas se deterioran, el papel se deshace. Entre los «testimonios» que resisten y sobreviven, muchos han quedado mudos porque hemos perdido las tecnologías que sirven para hacerles preguntas.
Desde el paleolítico en adelante no ha dejado de aumentar la vulnerabilidad de los soportes. Los diseños de Altamira y Lascaux, fijos a la roca desnuda, han sobrevivido quince mil años, para ser descubiertos, respectivamente en 1879 y 1940 (y correr el riesgo, en el caso de Lascaux, de ser destruidos por un hongo traído por las hordas de turistas). El código de Hammurabi, grabado en una estela de diorita hace cerca de cuatro mil años, fue encontrado y traducido en 1901. La piedra Rosetta, grabada en basalto en el 196 a. C., fue traducida por Champollion más de dos mil años después. Las tablillas de arcilla grabadas con escritura cuneiforme, frecuentes en Mesopotamia entre los siglos III y I a. C., siguen siendo legibles. Muchos documentos escritos en papiro (hasta el siglo IV d. C.) y en pergamino están deteriorados, pero son todavía legibles y restaurables (pero, en cualquier caso, siguen existiendo). El papel utilizado hasta finales de 1870 está amarillento, pero se conserva.
Por el contrario, el papel de celulosa fabricado desde finales del siglo XIX hasta hoy se consume por los ácidos que contiene. (...) se ha destruido ya el 25% de los libros posteriores a 1870 que se conservan en las bibliotecas de todo el mundo. Algunos cilindros de cera para fonógrafo, aunque deteriorados, serían aún escuchables, pero faltan los fonógrafos. Los discos de vinilo se llenan de arañazos y pequeños agujeros, comienzan a «chisporrotear» y a «saltar», al escucharlos se los mata. Las películas de acetato de celulosa son fragilísimas y hay que restaurarlas cada vez más a menudo. El sonido de las cintas magnéticas se hace poco a poco más sordo y tenue, y a menudo ya no hay modo de leerlas, como sucede con los viejos cartuchos de Stereo 8. La imagen del VHS se desvanece sin parar.
¿Y lo digital?
El desarrollo vertiginoso del hardware y del software quema todos los puentes que atraviesa. Hemos perdido ya una cantidad indeterminada de los datos guardados (por así decirlo) en disquetes de 5,25 pulgadas, porque hemos desguazado los ordenadores que podían leerlos. Ahora le toca al disquete de 3,5. Además, hemos empujado a la extinción a numerosas especies de software (¿quién puede hoy leer un texto escrito en Wordstar?).
La difusión del software libre, del código-fuente abierto, puede ser una solución: limita la obsolescencia planificada del hardware (pues su objetivo es funcionar bien en cualquier máquina, no hacer que tengas que comprar un ordenador nuevo) y tutela la «biodiversidad» (pues se basa en la libre cooperación, no hay ningún interés en acabar con los «perdedores»). Permanece en cambio la perecibilidad de los soportes magnéticos y óptico-magnéticos. También los datos almacenados en un CD o en un CD-ROM no permanecen seguros durante mucho tiempo: cada vez más a menudo los CDs comienzan a saltar como hacían los discos de vinilo (aunque la dinámica sea distinta). Es cuestión de tiempo que empiece a pasarles algo a los DVDs.
Hoy se hacen experimentos con bacterias como «bibliotecas», documentos salvados en filamentos de ADN (versiones nanotecnológicas de los quipos incas). En resumen, estamos pasando al soporte más perecible de todos los tiempos, aparte de imposible de descifrar -y, por lo tanto, de reconocer como tal- para quien no disponga de la tecnología necesaria. Una nueva frontera cerrada de la información.
Frente a estos problemas, ¿qué debemos hacer? ¿Volver a grabar los mensajes sobre piedra? No quedaría entonces en el planeta una sola montaña.
No, la única solución es hacer como los amanuenses de antaño: copiar, copiar, copiar. En jerga técnica, esto se llama «migración» (en el caso de datos que pasan continuamente de un ordenador a otro más nuevo) o refreshing (en el caso de datos que pasan de un soporte viejo a uno nuevo: de lo analógico a lo digital, etc.). Si lo pensamos, esto ha sucedido siempre: «migraciones» de textos de un libro a un libro nuevo, refreshing de un documento de la escritura a la imprenta. Debemos seguir haciéndolo. Pero el capital hace de todo para ponernos un palo entre las ruedas. Aquí reaparece el problema del copyright, de la propiedad intelectual. Con palabras más simples: el copyright es enemigo (y la «piratería», amiga) del futuro, de la migración, del refreshing.
(...) cómo encontrar un antídoto a la obsolescencia de las tecnologías y de los formatos propietarios, pero no el de la perecibilidad de los soportes. No estamos tan seguros de que en el futuro «los soportes seguirán existiendo y cada bit será perfectamente legible». Sin embargo, el antídoto (migración y refreshing gracias a la «piratería») funciona también para este otro veneno. Si seguimos narrando, todo sigue en movimiento y se extiende más allá del eterno presente. Claramente, en el mundo no nos encontramos sólo con el problema del testimonio y de la trasmisión de la memoria: hay también toda una vida que reconquistar, para nosotros y para aquellos que nos sucederán. (...) no somos capaces de comprender que la tierra y la Tierra no son propiedad de nadie, al contrario, nos han sido «cedidas en usufructo» por nuestros herederos, de los cuales tendemos a olvidarnos. Llegará el día en que ellos estén aquí y nosotros ya no estemos más. Deberíamos entregarles la tierra en mejores condiciones de como la encontramos, y, en cambio, van a heredarla llena de basura, miasmas y venenos. Si no conseguimos invertir el rumbo, tratemos al menos de dejarles un testimonio que puedan estudiar para saber por qué éramos así de gilipollas... y llegar a una conclusión que a nosotros se nos escapa.
Bolonia, 18 de octubre de 2003
Mejor que el gingko biloba.
La lucha contra el copyright sienta bien a la memoria
Copyright © 2003 Wu Ming 1
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TEXTO COMPLETO de Wu Ming 1:
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TRADUCCION:Hugo Romero