UN EXPERIMENTO CINEMATOGRÁFICO...
Hace
cuatro años, Joaquín Oristrell y Cristina Rota tuvieron una idea.
Estaban impartiendo un seminario de improvisación y su imaginación
voló hacia un proyecto arriesgado y poético. Se les ocurrió que
grabarían una película en un solo plano sin interrupciones, una
gran coreografía de actuaciones en busca de la calidad artística y
de la metáfora. El proyecto acaba de materializarse en el
largometraje Hablar,
un baile de historias interconectadas que suceden a lo largo de más
de un kilómetro del barrio madrileño de Lavapiés. «El reto era
hacerlo en un plano. No sentíamos la presión de que llegara a las
pantallas. Lo importante era experimentar, vivir ese trabajo».
Finalmente, el resultado ha conseguido la calidad y el interés
suficientes como para ser compartido con el público en la pantalla
grande.
La
norma única, el gran mandamiento en el que se basó el rodaje fue
«no
cortar en ningún momento»,
pasara lo que pasara. Esa fue la máxima que tuvo que seguir tanto el
equipo artístico como el técnico. Al grabar en la calle, rodeados
de transeúntes, tuvieron que improvisar a cada minuto, según
avanzaba el plano. Hubo que resolver problemas técnicos de cámara y
sonido. De ello se ocupó el ayudante de dirección Javier Soto junto
a diez voluntarios.
Ese
verbo, «hablar», es el verdadero protagonista de la película. En
ella vemos cómo hablando se puede convencer, ordenar, protestar,
defender… Las palabras y su poder para variar las situaciones son
las que van conformando las historias. «Hablar nos convierte en
seres humanos. Es lo que hacemos todas las personas que nos dedicamos
al espectáculo, la cultura o la comunicación», reflexiona
Oristrell. Y añade: «Señalamos la injusticia con palabras, amamos
con palabras.¿Qué
sería de nuestro trabajo sin el verbo hablar? ¿Qué sería de
nuestra especie? Cuando las personas dejan de hablar empiezan los
conflictos».
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