«Los
peces y los árboles se parecen.
Se
parecen en los anillos. Si hiciéramos un corte horizontal a un árbol
veríamos sus anillos en el tronco. Un anillo por cada año
transcurrido, es así como se sabe la edad de un árbol. Los peces
también tienen anillos pero en las escamas. Y al igual que sucede
con los árboles, gracias a ellos sabemos cuántos años tiene el
animal.
Los
peces nunca dejan de crecer. Nosotros no, nosotros menguamos a partir
de la madurez. Nuestro crecimiento se detiene, y los huesos comienzan
a juntarse. El cuerpo se encoge. Los peces, sin embargo, crecen hasta
que se mueren. Más rápido cuando son jóvenes y, a partir de cierta
edad, más lentamente, pero sin dejar nunca de crecer. Y por eso
tienen anillos en las escamas.
El
anillo de los peces lo crea el invierno. El invierno es el tiempo
durante el cual el pez come menos, y el hambre deja una marca oscura
en sus escamas porque su crecimiento es menor durante esta época. Al
contrario que en verano. Cuando los peces no pasan hambre, no queda
ningún rastro en sus escamas.
El
anillo de los peces es microscópico, no se ve a primera vista, pero
está ahí. Como si fuera una herida. Una herida que no ha cerrado
bien.
Y
como los anillos de los peces, los momentos más difíciles van
marcando nuestras vidas, hasta convertirse en medida de nuestro
tiempo. Los días felices, al contrario, pasan deprisa, demasiado
deprisa, y enseguida se desvanecen.
Lo
que para los peces es el invierno, para las personas es la pérdida.
Las pérdidas delimitan nuestro tiempo; […]
Cada
pérdida es un anillo oscuro en nuestro interior.»
en
Bilbao-New York-Bilbao
por Kirmen Uribe , 2008