Sexo:
tiranía o felicidad?
El sexo da mucho que pensar. No sólo rompe cabezas, sino que rompe corazones. Los discursos sobre el sexo han sido unas veces orgiásticos y otras apocalípticos, pero casi siempre dogmáticos y simplificadores. [...]
Aumenta el número de personas que viven voluntariamente solas. La familia está en crisis, la pareja está en crisis, el amor está en crisis, y espero que algún día sea la crisis la que entre en crisis. Da la impresión de que hombres y mujeres no saben qué sentir y no saben qué hacer. La liberación de las morales va acompañada por una sumisión a las psicoterapias. [...]Estamos en una situación de provisionalidad. [...]Las normas sexuales han cambiado tan rápidamente, que mucha gente se siente estafada por haber creído en ellas. Se acostaron con una ideología de la fidelidad y se despertaron con una ideología del matrimonio múltiple.[...] Para defendernos del misterio del sexo, lo mejor que se nos ha ocurrido es trivializarlo. A veces damos la impresión de niños que se cuentan una historia de mucha risa para conjurar el miedo.
[...]A pesar de la cantidad de naufragios que presencio, no creo que el naufragio sea nuestro irremediable sino. Pero todo buen navegante necesita buenos mapas, y por ello me parece necesario elaborar una cartografía de la sexualidad, para saber dónde estamos y poder trazar rumbos. Lo que expongo a continuación son algunas de las coordenadas del gigantesco océano del sexo.
Conviene distinguir entre sexo y sexualidad
La gente parece obsesionada por el sexo. Se busca, se contempla, se instrumentaliza, se vende. [...]Nuestra brújula sentimental parece remitirnos continuamente al sexo como causa, fin, esperanza o temor pluscuamperfectos.
Sin embargo, sospecho que esta tenaz apariencia nos engaña. Se confunde el interés por el enorme dominio de la sexualidad, con el interés por el pequeño territorio del sexo e, incluso, por el más minúsculo todavía de la genitalidad. Si consideramos sexo equivalente a relaciones sexuales, no es verdad que todo el mundo esté perpetuamente preocupado por acostarse con alguien. En cambio, si en vez del sexo consideramos la sexualidad, es decir, el complejo mundo simbólico, afectivo, psicológico, económico, político, jurídico, construido sobre el hecho biológico del sexo, tenemos razón al darle tanta importancia. En ella estamos, nos movemos y somos. Joder, follar, echar un polvo, o el acto designado por esta reductiva lingüística de la trivialidad, tal vez no tenga el protagonismo que las apariencias le conceden. Apenas alcanza la categoría de espasmo liberatorio. Pero, en cambio, sí preocupa y ocupa nuestra vida vivir una situación amorosa, familiar o social, basada en la sexualidad.
Hemos recibido un sexo tan profundamente ideologizado que necesitamos volver al origen y contar la genealogía de lo que estamos viviendo. De lo contrario, no comprenderemos lo que sentimos ni lo que esperamos.[...]
El sexo desvinculado
En la segunda mitad del siglo XX se produjo un arrollador movimiento de liberación sexual. [...] Nuestra cultura había transmitido una idea perversa y sucia del sexo, de la que hicimos bien en desembarazarnos. Pero la libertad sexual no fue tan gloriosa como parecía. Presentó una atrayente utopía que soñaba alcanzar la libertad mediante la desvinculación. Y este proyecto se ha manifestado irrealizable.
El deseo se convirtió en la facultad humana esencial, que había que cultivar, proteger, construir, disfrutar. Pero somos tan contradictorios que no podemos vivir de continuo buscando ansiosamente los placeres. El sexo es algo más que esquiar o hacer submarinismo en la piel ajena. Somos megalómanos evolutivos y aspiramos a ir, más allá de la diversión y del placer, hasta la felicidad. En este momento, cunde la idea de que nos hemos pasado de rosca.[...]Al final, llega a una conclusión que no me sorprende: “Lo que debemos hacer es descubrir la complejidad del amor”.
[...]Se trata de prolongar la revolución, no de anularla. La liberación sexual consideró que la libertad consistía en desvincularse de todo, en romper todos los lazos, incluidos los afectivos, y esto es lo que no ha funcionado. Fue un proceso de devaluación generalizada, que convirtió todo en juguete. Pero no se puede jugar continuamente, como no se puede estar permanentemente oyendo chistes. Acabamos añorando la seriedad. Lo que necesitamos por ello es una segunda liberación sexual, que libere la sexualidad de la trivialización, de la desconfianza, de los cortos vuelos, y del escepticismo acerca de la naturaleza humana.[...] Hemos jaleado tanto la individualidad, el cuidado de uno mismo, el desarrollo personal, la autosuficiencia, que hemos perdido el talento –si es que alguna vez lo hemos tenido– para relacionarnos afectivamente con otras personas.[...]
La creación más arriesgada y difícil de la sexualidad es la convivencia amorosa
El enamoramiento es fácil y el sexo puro y duro, también. Lo que produce más tensiones y fracasos es el proyecto de convivencia sexual amorosa. Sin embargo, las encuestas nos dicen que continúa siendo la máxima aspiración de casi todo el mundo. Esto suena raro cuando se comprueba que en los países desarrollados cada vez hay más gente que vive sola. Sin embargo, son las dos caras de un mismo fenómeno. El modelo de un amor feliz y duradero nos sigue pareciendo deseable, pero cunde la idea de que no es posible, por lo que es mejor no hacerse ilusiones y no aspirar a grandes cosas. Se vive, pues, en una decepción suave, a la defensiva, desengañados sin haber sido engañados previamente, escarmentados en cabeza ajena.[...]
[...]se está extendiendo la idea de que el ser humano no es muy interesante. Su cuerpo es lo más valioso que puede ofrecer. Casi vale más tumbado que erguido. [...] “Cuando quería un cuerpo con el que disfrutar, me encuentro con una intimidad, que incluso puede albergar alguna pretensión hacia mí”.[...] es posible que si decimos con la suficiente insistencia que no hay nada interesante en la comunicación con otra persona, acabaremos por ser muy poco interesantes. Empieza a sorprendernos que Aristóteles dijera que lo más importan
La convivencia sexual amorosa se ha hecho más difícil, entre otras cosas porque se espera más de ella
Es la última esperanza de felicidad en una realidad hostil. Por eso, si no se cumplen las expectativas nadie quiere empantanarse en una relación fracasada. Como son las mujeres quienes esperan más de esa relación, es lógico que sean ellas las que inicien con más frecuencia los trámites de divorcio. Creo, sin embargo, que la antigua estabilidad de la familia era falsa. Se fundaba en unas razones muy poco amorosas. Por ejemplo, en las necesidades económicas, y en la situación de dependencia de la mujer, que solía ser la empeñada en salvar la relación. Cuando la mujer ha tenido más autonomía y ha querido mantener una relación simétrica, la antigua estructura ha quebrado. Ahora necesitamos construir un modo de convivencia amorosa entre iguales, y no lo estamos sabiendo hacer. Las familias siguen descompensadas.[...]
Esto corrobora una de las ideas que defiendo en este libro: la sentimentaliza-ción del sexo ha sido una creación femenina
[...]El primero está proporcionado por la psicología evolucionista. Por ejemplo, Davis Buss, que ha estudiado los comportamientos sexuales en 37 culturas diferentes, afirma que la actitud ante el sexo de hombres y mujeres es evolutivamente distinta. Los hombres tienen menos implicación afectiva. En cambio, las mujeres, que durante toda la historia de la especie humana, hasta hace muy pocos años, pasaban la mayor parte de su vida ocupadas con embarazos y crías, en situación de extremada vulnerabilidad, necesitaban el compromiso emocional del marido para asegurar su subsistencia y la de sus hijos. Esto ha cambiado muy recientemente en algunos países desarrollados, donde la mujer tiene una gran protección económica, lo que ha provocado que en Dinamarca y Suecia el 50% de los niños nazcan de madres voluntariamente solas.
El segundo tipo de datos nos lo proporciona la psicofisiología. En el mundo animal –salvo en algunas concretas especies de primates– no parece haber orgasmo femenino. La mujer en cambio lo experimenta, pero con un tempo más lento que el hombre, lo que ha provocado muchas insatisfacciones sexuales femeninas. Por ello, la mujer ha presionado para alargar la relación sexual, haciéndola más pausada y erótica. El erotismo es también una creación femenina. Sin embargo, estas demandas han estado mucho tiempo silenciadas, porque era de mal tono que una mujer manifestara sus deseos sexuales, e incluso se pensaba que no los tenía. Una de las grandes novedades actuales es la reivindicación femenina del placer sexual, que todavía se enfrenta con muchos prejuicios y supersticiones.
El tercer tipo de datos viene de la antropología. El amor sexual es una creación casi milagrosa. Consiste en mezclar el placer físico, que es egocéntrico, con el amor a otra persona, que es desprendido. Amo a una persona cuando su felicidad forma parte de mi felicidad. Y este sentimiento, tan poco lógico, tan poco calculador, tan contradictorio, es lo que me parece un milagro cuando se da. Pues bien, estoy de acuerdo con Eibl-Eibesfeldt, un estupendo antropólogo, cuando dice que ese tipo de sentimiento, ese amor desprendido que produce la felicidad propia a través de la felicidad de otra persona, aparece en el mundo con la maternidad humana, con el largo cuidado de la cría. Aquí está el núcleo instintivo del sentimiento amoroso tal como le he definido. La felicidad de la madre depende de la felicidad de su niño. Y esa felicidad es compatible con las molestias del cuidado. El gran experimento afectivo ha consistido en ampliar ese sentimiento a otras formas de relación, por ejemplo, la relación de pareja. Por ejemplo, la ternura, que es relación hacia lo pequeño, se introduce en la relación entre adultos. Adultos que se aniñan siempre en la relación amorosa.
El rechazo de las morales sexuales
[...]Necesitamos, en cambio, una ética de la sexualidad, transcultural. Para mí, la ética es la inteligencia en busca de la felicidad. No es, por ello, limitadora, sino liberadora, creativa, animosa. Tiene como gran proyecto construir una Humanidad digna, una forma noble y fruitiva de vida,[...]
[...]En este momento, la sociedad, las creencias, valoraciones, modelos y expectativas que transmite, es uno de los grandes obstáculos que entorpecen la convivencia amorosa. Es una cultura de la excitación y no de la intensidad, del deseo y no del gozo, del placer y no de la alegría, de la espontaneidad y no del proyecto. Olvida que los proyectos creadores no se realizan por casualidad. Olvida también que la felicidad no es un estado, sino una actividad, y que el verdadero amor es diligente. Un amor perezoso, lo mismo que un amor mudo, son sólo un simulacro de amor.
La sexualidad feliz
Conviene partir de un hecho: el conflicto en las relaciones de pareja es la regla, no la excepción, en todas las culturas. Si fuéramos inteligentes, creo que en este momento, aprovechando precisamente que la primera revolución sexual desescombró el terreno, podríamos construir una sexualidad vivible. Para ello tenemos que introducir el mundo del sexo en el dinamismo de nuestras grandes expectativas vitales. Todo lo que hacemos lo hacemos movidos por dos inevitables impulsos. Buscamos el bienestar (físico y afectivo) y buscamos la ampliación de nuestras posibilidades (queremos conocer más, inventar, construir, sentirnos creadores, eficientes y necesarios). Si la convivencia amorosa quiere mantenerse viva, y no sobrevivir mustiamente apoyada en un sistema de rutinas y apegos, debe satisfacer esas dos grandes motivaciones. Una convivencia placentera y cómoda es imprescindible, pero no suficiente. Necesitamos sentir que esa relación, esa persona, ese modo de vida, aumenta también nuestras posibilidades vitales. He comparado la convivencia sexual –amorosa y erótica– con una conversación, porque la conversación es una maravillosa prueba de comunicación lograda. Es, en primer lugar, libre. No podemos obligar a otra persona a conversar. Podemos obligarla, en todo caso, a que responda a un interrogatorio. En segundo lugar, es estimulante. En una buena conversación se me ocurren cosas más brillantes, apasionantes o divertidas, suscitadas por las palabras del interlocutor. Además, es imprevisible. Se sabe cómo comienza una conversación, pero no dónde va a terminar. Carmen Martín Gaite, magnífica conversadora, decía que era bueno que las conversaciones se fueran por los cerros de Úbeda, porque a lo mejor lo interesante estaba en Úbeda. Por último, una conversación, como los amores, puede ser interminable, pero no lo es obligatoriamente. Depende del talento de los interlocutores. En este tipo de relación se reciben continuamente premios de la otra persona. Premios sensuales, afectivos, intelectuales, prácticos. Eso es la felicidad.
Espero que esta urgente cartografía de la sexualidad le ayude a disfrutar de una buena navegación.
El sexo da mucho que pensar. No sólo rompe cabezas, sino que rompe corazones. Los discursos sobre el sexo han sido unas veces orgiásticos y otras apocalípticos, pero casi siempre dogmáticos y simplificadores. [...]
Aumenta el número de personas que viven voluntariamente solas. La familia está en crisis, la pareja está en crisis, el amor está en crisis, y espero que algún día sea la crisis la que entre en crisis. Da la impresión de que hombres y mujeres no saben qué sentir y no saben qué hacer. La liberación de las morales va acompañada por una sumisión a las psicoterapias. [...]Estamos en una situación de provisionalidad. [...]Las normas sexuales han cambiado tan rápidamente, que mucha gente se siente estafada por haber creído en ellas. Se acostaron con una ideología de la fidelidad y se despertaron con una ideología del matrimonio múltiple.[...] Para defendernos del misterio del sexo, lo mejor que se nos ha ocurrido es trivializarlo. A veces damos la impresión de niños que se cuentan una historia de mucha risa para conjurar el miedo.
[...]A pesar de la cantidad de naufragios que presencio, no creo que el naufragio sea nuestro irremediable sino. Pero todo buen navegante necesita buenos mapas, y por ello me parece necesario elaborar una cartografía de la sexualidad, para saber dónde estamos y poder trazar rumbos. Lo que expongo a continuación son algunas de las coordenadas del gigantesco océano del sexo.
Conviene distinguir entre sexo y sexualidad
La gente parece obsesionada por el sexo. Se busca, se contempla, se instrumentaliza, se vende. [...]Nuestra brújula sentimental parece remitirnos continuamente al sexo como causa, fin, esperanza o temor pluscuamperfectos.
Sin embargo, sospecho que esta tenaz apariencia nos engaña. Se confunde el interés por el enorme dominio de la sexualidad, con el interés por el pequeño territorio del sexo e, incluso, por el más minúsculo todavía de la genitalidad. Si consideramos sexo equivalente a relaciones sexuales, no es verdad que todo el mundo esté perpetuamente preocupado por acostarse con alguien. En cambio, si en vez del sexo consideramos la sexualidad, es decir, el complejo mundo simbólico, afectivo, psicológico, económico, político, jurídico, construido sobre el hecho biológico del sexo, tenemos razón al darle tanta importancia. En ella estamos, nos movemos y somos. Joder, follar, echar un polvo, o el acto designado por esta reductiva lingüística de la trivialidad, tal vez no tenga el protagonismo que las apariencias le conceden. Apenas alcanza la categoría de espasmo liberatorio. Pero, en cambio, sí preocupa y ocupa nuestra vida vivir una situación amorosa, familiar o social, basada en la sexualidad.
Hemos recibido un sexo tan profundamente ideologizado que necesitamos volver al origen y contar la genealogía de lo que estamos viviendo. De lo contrario, no comprenderemos lo que sentimos ni lo que esperamos.[...]
El sexo desvinculado
En la segunda mitad del siglo XX se produjo un arrollador movimiento de liberación sexual. [...] Nuestra cultura había transmitido una idea perversa y sucia del sexo, de la que hicimos bien en desembarazarnos. Pero la libertad sexual no fue tan gloriosa como parecía. Presentó una atrayente utopía que soñaba alcanzar la libertad mediante la desvinculación. Y este proyecto se ha manifestado irrealizable.
El deseo se convirtió en la facultad humana esencial, que había que cultivar, proteger, construir, disfrutar. Pero somos tan contradictorios que no podemos vivir de continuo buscando ansiosamente los placeres. El sexo es algo más que esquiar o hacer submarinismo en la piel ajena. Somos megalómanos evolutivos y aspiramos a ir, más allá de la diversión y del placer, hasta la felicidad. En este momento, cunde la idea de que nos hemos pasado de rosca.[...]Al final, llega a una conclusión que no me sorprende: “Lo que debemos hacer es descubrir la complejidad del amor”.
[...]Se trata de prolongar la revolución, no de anularla. La liberación sexual consideró que la libertad consistía en desvincularse de todo, en romper todos los lazos, incluidos los afectivos, y esto es lo que no ha funcionado. Fue un proceso de devaluación generalizada, que convirtió todo en juguete. Pero no se puede jugar continuamente, como no se puede estar permanentemente oyendo chistes. Acabamos añorando la seriedad. Lo que necesitamos por ello es una segunda liberación sexual, que libere la sexualidad de la trivialización, de la desconfianza, de los cortos vuelos, y del escepticismo acerca de la naturaleza humana.[...] Hemos jaleado tanto la individualidad, el cuidado de uno mismo, el desarrollo personal, la autosuficiencia, que hemos perdido el talento –si es que alguna vez lo hemos tenido– para relacionarnos afectivamente con otras personas.[...]
La creación más arriesgada y difícil de la sexualidad es la convivencia amorosa
El enamoramiento es fácil y el sexo puro y duro, también. Lo que produce más tensiones y fracasos es el proyecto de convivencia sexual amorosa. Sin embargo, las encuestas nos dicen que continúa siendo la máxima aspiración de casi todo el mundo. Esto suena raro cuando se comprueba que en los países desarrollados cada vez hay más gente que vive sola. Sin embargo, son las dos caras de un mismo fenómeno. El modelo de un amor feliz y duradero nos sigue pareciendo deseable, pero cunde la idea de que no es posible, por lo que es mejor no hacerse ilusiones y no aspirar a grandes cosas. Se vive, pues, en una decepción suave, a la defensiva, desengañados sin haber sido engañados previamente, escarmentados en cabeza ajena.[...]
[...]se está extendiendo la idea de que el ser humano no es muy interesante. Su cuerpo es lo más valioso que puede ofrecer. Casi vale más tumbado que erguido. [...] “Cuando quería un cuerpo con el que disfrutar, me encuentro con una intimidad, que incluso puede albergar alguna pretensión hacia mí”.[...] es posible que si decimos con la suficiente insistencia que no hay nada interesante en la comunicación con otra persona, acabaremos por ser muy poco interesantes. Empieza a sorprendernos que Aristóteles dijera que lo más importan
La convivencia sexual amorosa se ha hecho más difícil, entre otras cosas porque se espera más de ella
Es la última esperanza de felicidad en una realidad hostil. Por eso, si no se cumplen las expectativas nadie quiere empantanarse en una relación fracasada. Como son las mujeres quienes esperan más de esa relación, es lógico que sean ellas las que inicien con más frecuencia los trámites de divorcio. Creo, sin embargo, que la antigua estabilidad de la familia era falsa. Se fundaba en unas razones muy poco amorosas. Por ejemplo, en las necesidades económicas, y en la situación de dependencia de la mujer, que solía ser la empeñada en salvar la relación. Cuando la mujer ha tenido más autonomía y ha querido mantener una relación simétrica, la antigua estructura ha quebrado. Ahora necesitamos construir un modo de convivencia amorosa entre iguales, y no lo estamos sabiendo hacer. Las familias siguen descompensadas.[...]
Esto corrobora una de las ideas que defiendo en este libro: la sentimentaliza-ción del sexo ha sido una creación femenina
[...]El primero está proporcionado por la psicología evolucionista. Por ejemplo, Davis Buss, que ha estudiado los comportamientos sexuales en 37 culturas diferentes, afirma que la actitud ante el sexo de hombres y mujeres es evolutivamente distinta. Los hombres tienen menos implicación afectiva. En cambio, las mujeres, que durante toda la historia de la especie humana, hasta hace muy pocos años, pasaban la mayor parte de su vida ocupadas con embarazos y crías, en situación de extremada vulnerabilidad, necesitaban el compromiso emocional del marido para asegurar su subsistencia y la de sus hijos. Esto ha cambiado muy recientemente en algunos países desarrollados, donde la mujer tiene una gran protección económica, lo que ha provocado que en Dinamarca y Suecia el 50% de los niños nazcan de madres voluntariamente solas.
El segundo tipo de datos nos lo proporciona la psicofisiología. En el mundo animal –salvo en algunas concretas especies de primates– no parece haber orgasmo femenino. La mujer en cambio lo experimenta, pero con un tempo más lento que el hombre, lo que ha provocado muchas insatisfacciones sexuales femeninas. Por ello, la mujer ha presionado para alargar la relación sexual, haciéndola más pausada y erótica. El erotismo es también una creación femenina. Sin embargo, estas demandas han estado mucho tiempo silenciadas, porque era de mal tono que una mujer manifestara sus deseos sexuales, e incluso se pensaba que no los tenía. Una de las grandes novedades actuales es la reivindicación femenina del placer sexual, que todavía se enfrenta con muchos prejuicios y supersticiones.
El tercer tipo de datos viene de la antropología. El amor sexual es una creación casi milagrosa. Consiste en mezclar el placer físico, que es egocéntrico, con el amor a otra persona, que es desprendido. Amo a una persona cuando su felicidad forma parte de mi felicidad. Y este sentimiento, tan poco lógico, tan poco calculador, tan contradictorio, es lo que me parece un milagro cuando se da. Pues bien, estoy de acuerdo con Eibl-Eibesfeldt, un estupendo antropólogo, cuando dice que ese tipo de sentimiento, ese amor desprendido que produce la felicidad propia a través de la felicidad de otra persona, aparece en el mundo con la maternidad humana, con el largo cuidado de la cría. Aquí está el núcleo instintivo del sentimiento amoroso tal como le he definido. La felicidad de la madre depende de la felicidad de su niño. Y esa felicidad es compatible con las molestias del cuidado. El gran experimento afectivo ha consistido en ampliar ese sentimiento a otras formas de relación, por ejemplo, la relación de pareja. Por ejemplo, la ternura, que es relación hacia lo pequeño, se introduce en la relación entre adultos. Adultos que se aniñan siempre en la relación amorosa.
El rechazo de las morales sexuales
[...]Necesitamos, en cambio, una ética de la sexualidad, transcultural. Para mí, la ética es la inteligencia en busca de la felicidad. No es, por ello, limitadora, sino liberadora, creativa, animosa. Tiene como gran proyecto construir una Humanidad digna, una forma noble y fruitiva de vida,[...]
[...]En este momento, la sociedad, las creencias, valoraciones, modelos y expectativas que transmite, es uno de los grandes obstáculos que entorpecen la convivencia amorosa. Es una cultura de la excitación y no de la intensidad, del deseo y no del gozo, del placer y no de la alegría, de la espontaneidad y no del proyecto. Olvida que los proyectos creadores no se realizan por casualidad. Olvida también que la felicidad no es un estado, sino una actividad, y que el verdadero amor es diligente. Un amor perezoso, lo mismo que un amor mudo, son sólo un simulacro de amor.
La sexualidad feliz
Conviene partir de un hecho: el conflicto en las relaciones de pareja es la regla, no la excepción, en todas las culturas. Si fuéramos inteligentes, creo que en este momento, aprovechando precisamente que la primera revolución sexual desescombró el terreno, podríamos construir una sexualidad vivible. Para ello tenemos que introducir el mundo del sexo en el dinamismo de nuestras grandes expectativas vitales. Todo lo que hacemos lo hacemos movidos por dos inevitables impulsos. Buscamos el bienestar (físico y afectivo) y buscamos la ampliación de nuestras posibilidades (queremos conocer más, inventar, construir, sentirnos creadores, eficientes y necesarios). Si la convivencia amorosa quiere mantenerse viva, y no sobrevivir mustiamente apoyada en un sistema de rutinas y apegos, debe satisfacer esas dos grandes motivaciones. Una convivencia placentera y cómoda es imprescindible, pero no suficiente. Necesitamos sentir que esa relación, esa persona, ese modo de vida, aumenta también nuestras posibilidades vitales. He comparado la convivencia sexual –amorosa y erótica– con una conversación, porque la conversación es una maravillosa prueba de comunicación lograda. Es, en primer lugar, libre. No podemos obligar a otra persona a conversar. Podemos obligarla, en todo caso, a que responda a un interrogatorio. En segundo lugar, es estimulante. En una buena conversación se me ocurren cosas más brillantes, apasionantes o divertidas, suscitadas por las palabras del interlocutor. Además, es imprevisible. Se sabe cómo comienza una conversación, pero no dónde va a terminar. Carmen Martín Gaite, magnífica conversadora, decía que era bueno que las conversaciones se fueran por los cerros de Úbeda, porque a lo mejor lo interesante estaba en Úbeda. Por último, una conversación, como los amores, puede ser interminable, pero no lo es obligatoriamente. Depende del talento de los interlocutores. En este tipo de relación se reciben continuamente premios de la otra persona. Premios sensuales, afectivos, intelectuales, prácticos. Eso es la felicidad.
Espero que esta urgente cartografía de la sexualidad le ayude a disfrutar de una buena navegación.
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El
rompecabezas de la sexualidad (Anagrama)
José Antonio Marina, 2002