9 de agosto de 2013

o vivir o contar...

«He vuelto a mis reflexiones de ayer. Estaba agostado; me daba lo mismo que no hubiera aventuras. Mi única curiosidad era si no podía haberlas.

He pensado lo siguiente: para que el suceso más trivial se convierta en aventura, es necesario y suficiente contarlo. Esto es lo que engaña a la gente; el hombre es siempre un narrador de historias; vive rodeado de sus historias y de las ajenas, ve a través de ellas todo lo que le sucede, y trata de vivir su vida como si la contara.


Pero hay que escoger: o vivir o contar. Por ejemplo, cuando estuve en Hamburgo con aquella Erna de quien yo desconfiaba y que me temía, llevé una vida extraña. Pero estaba metido, y no lo pensaba. Y una noche, en un pequeño café de San Pauli, Erna me dejó para ir al lavabo. Me quedé solo; un fonógrafo tocaba Blue Sky. Empecé a contarme lo que había pasado desde mi desembarco. Me dije: ‘La tercera noche, al entrar en un dancing llamado La Gruta Azul, vi a una mujer alta, medio borracha. Y a esa mujer estoy esperando, y vendrá a sentarse a mi derecha, y rodeará mi cuello con sus brazos’. Entonces, sentí con violencia que tenía una aventura. Pero Erna volvió, se sentó a mi lado, rodeó mi cuello con sus brazos y la detesté sin saber bien por qué. Ahora comprendo: había que empezar a vivir de nuevo, y la impresión de aventura acababa de desvanecerse.

Cuando uno vive no sucede nada. Los decorados cambian, la gente entra y sale, o es todo? Nunca hay comienzos. Los días se añaden a los días sin ton ni son, en una suma interminable y monótona. (...) Tampoco hay fin.(...) Y además, todo se parece (...) Por momentos -rara vez- se hace el balance,(...). Después de esto, empieza de nuevo el desfile, prosigue la suma de horas y días. Lunes, martes, miércoles. Abril, mayo, junio. 1924, 1925, 1926.

Esto es vivir. Pero al contar la vida, todo cambia; sólo que es un cambio que nadie nota; la prueba es que se habla de historias verdaderas. Como si pudiera haber historias verdaderas; los acontecimientos se producen en un sentido, y nosotros los contamos en sentido inverso. En apariencia se empieza por el comienzo: “Era una hermosa noche de otoño de 1922(...)".. Y en realidad se ha empezado por el fin. El fin está allí, invisible y presente; es el que da a esas pocas palabras la pompa y el valor de un comienzo.(...) Y el relato prosigue al revés: los instantes han cesado de apilarse a la buena de Dios unos sobre otros, el fin de la historia los atrae, los atrapa, y a su vez cada uno de ellos atrae al instante que lo precede. (...). Olvidamos que el porvenir todavía no estaba allí;(...). He querido que los momentos de mi vida se sucedieran y ordenaran como los de una vida recordada. Tanto valdría querer agarrar al tiempo por la cola »

La nausea (1938). Sábado, mediodía.
Jean Paul Sartre
“Lo esencial es la contingencia. Quiero decir que, por definición, la existencia no es la necesidad Existir es estar ahí, simplemente; los existentes aparecen, se dejan encontrar, pero nunca es posible deducirlos. Creo que hay quienes han comprendido esto. Sólo que han intentado superar esta contingencia inventando un ser necesario y causa de sí. Pero ningún ser necesario puede explicar la existencia: la contingencia no es una máscara, una apariencia que puede disiparse; es lo absoluto, en consecuencia, la gratuidad perfecta. Todo es gratuito: ese jardín, esta ciudad, yo mismo. Cuando uno llega a comprenderlo, se le revuelve el estómago y todo empieza a flotar... eso es la Náusea”. “Todo lo que existe nace sin razón, se prolonga por debilidad y muere por casualidad.” Jean Paul Sartre