«Vivimos
en un mundo falsamente ornamentado de éxito. El éxito se ha
convertido en el único concepto a valorar, a perseguir y a anteponer
a todo lo demás. Triunfar es el paradigma de nuestra existencia.
Triunfar en toda vertiente conocida de nuestras vidas: trabajo, amor,
amistad, dinero, familia, deporte, etc. Nos han convertido en
máquinas programadas para el triunfo, para la superación y para
destacar sobre los demás en cada común comparativa. Vivimos en un
mundo que nos muestra el éxito como única alternativa. De ello
podríamos concluir que se trata de un mundo formado por
triunfadores, ¿verdad? Pues nada más lejos de la realidad. Día a
día fracasamos, perdemos, caemos en el estrépito de las metas no
alcanzadas. Y, obviamente, lo sufrimos. Depresión, tristeza,
ansiedad, locura… derivan ya no de nuestro puntual fracasar sino de
nuestro eterno no acabar de triunfar del todo. No estamos preparados
para ello. No estamos adiestrados en la gestión de lo normal, de la
mediocridad bien asumida y mucho menos del fracaso. Se nos exige el
éxito, ser mejores, ser titanes en un entorno en el que los titanes
escasean. Y ¿qué se consigue con ello? Nada más y nada menos que
una sociedad decepcionada, acomplejada y destinada a no alcanzar unas
metas que, de elevadas, resultan paradójicas.
Es
decir, se nos educa para fines casi descabellados a conciencia de que
no los lograremos. Y así, se nos convierte en esclavos de dichos
fines. Cada cota alcanzada resulta absurda al alzar la vista para
contemplar la cota final, esa con la debemos soñar aún sabiéndola
prácticamente inalcanzable. Todo mérito es nimio en la agravante
equiparación. Y toda felicidad efímera pues, hagamos lo que
hagamos, será sólo un peldaño insignificante en la escalera de la
obligada gloria.
La
solución no es tan compleja como aparenta. La gestión del fracaso
debería convertirse en una materia troncal dentro de nuestra
formación como individuos. Una vez instruidos, sabiendo cómo
afrontarlo, cómo actuar, nos evitaríamos innumerables quebraderos
de cabeza. Así sabríamos que las cosas van despacio y que el error
es previsible, común e inherente a nuestra naturaleza. Caminaríamos
con la cabeza bien alta, conscientes de nuestras aptitudes y
limitaciones. Haríamos un modesto estandarte de todo mérito y un
razonamiento lógico y sensato de todo fracaso. Seríamos más
libres, más felices y menos severos a la hora de establecer nuestros
retos.
En
definitiva, tan solo necesitamos asumir la verdad y regalarles a
nuestras facetas vulgares algo de dignidad y elegancia. Poner por
medio un poco de perspectiva y decelerar la montaña rusa emocional
en la que vivimos inmersos. Así tal vez lo consigamos. Así tal vez
sepamos valorar cada logro obtenido y, lo que es aún más
importante, minimizar cada revés.
Hagámoslo
de una vez por todas. Aprendamos a fracasar.»
Publicado por Rafael Vives en JOT DOWN