7 de mayo de 2013

Aprendamos a fracasar...!

«Vivimos en un mundo falsamente ornamentado de éxito. El éxito se ha convertido en el único concepto a valorar, a perseguir y a anteponer a todo lo demás. Triunfar es el paradigma de nuestra existencia. Triunfar en toda vertiente conocida de nuestras vidas: trabajo, amor, amistad, dinero, familia, deporte, etc. Nos han convertido en máquinas programadas para el triunfo, para la superación y para destacar sobre los demás en cada común comparativa. Vivimos en un mundo que nos muestra el éxito como única alternativa. De ello podríamos concluir que se trata de un mundo formado por triunfadores, ¿verdad? Pues nada más lejos de la realidad. Día a día fracasamos, perdemos, caemos en el estrépito de las metas no alcanzadas. Y, obviamente, lo sufrimos. Depresión, tristeza, ansiedad, locura… derivan ya no de nuestro puntual fracasar sino de nuestro eterno no acabar de triunfar del todo. No estamos preparados para ello. No estamos adiestrados en la gestión de lo normal, de la mediocridad bien asumida y mucho menos del fracaso. Se nos exige el éxito, ser mejores, ser titanes en un entorno en el que los titanes escasean. Y ¿qué se consigue con ello? Nada más y nada menos que una sociedad decepcionada, acomplejada y destinada a no alcanzar unas metas que, de elevadas, resultan paradójicas.

Es decir, se nos educa para fines casi descabellados a conciencia de que no los lograremos. Y así, se nos convierte en esclavos de dichos fines. Cada cota alcanzada resulta absurda al alzar la vista para contemplar la cota final, esa con la debemos soñar aún sabiéndola prácticamente inalcanzable. Todo mérito es nimio en la agravante equiparación. Y toda felicidad efímera pues, hagamos lo que hagamos, será sólo un peldaño insignificante en la escalera de la obligada gloria.
La solución no es tan compleja como aparenta. La gestión del fracaso debería convertirse en una materia troncal dentro de nuestra formación como individuos. Una vez instruidos, sabiendo cómo afrontarlo, cómo actuar, nos evitaríamos innumerables quebraderos de cabeza. Así sabríamos que las cosas van despacio y que el error es previsible, común e inherente a nuestra naturaleza. Caminaríamos con la cabeza bien alta, conscientes de nuestras aptitudes y limitaciones. Haríamos un modesto estandarte de todo mérito y un razonamiento lógico y sensato de todo fracaso. Seríamos más libres, más felices y menos severos a la hora de establecer nuestros retos.

En definitiva, tan solo necesitamos asumir la verdad y regalarles a nuestras facetas vulgares algo de dignidad y elegancia. Poner por medio un poco de perspectiva y decelerar la montaña rusa emocional en la que vivimos inmersos. Así tal vez lo consigamos. Así tal vez sepamos valorar cada logro obtenido y, lo que es aún más importante, minimizar cada revés.
Hagámoslo de una vez por todas. Aprendamos a fracasar.»

Publicado por Rafael Vives en JOT DOWN