"La inteligencia humana produce sin cesar desequilibrios que después se esfuerza en reequilibrar.(...) No soportamos la excitación ni la ausencia de excitación. Deseamos la tranquilidad y la aborrecemos. (...)
Una tribu de Tanzania echa a andar. Nuestros archiancestros salen de su territorio, atraviesan llanuras y montañas, y sin buscarlo llegan a la orilla del mar. Lo sensato hubiera sido considerar aquello como un límite natural, insuperable (...). Sin embargo, hicieron lo contrario: inventaron la navegación. Convirtieron una limitación en una posibilidad.(...). A partir de un equilibrio (en el que el animal se hubiera detenido) producimos desequilibrios que nos empeñamos en reequilibrar. Acabamos siendo náufragos, porque nos arrojamos al agua con notoria insensatez, ya que queremos llegar a la orilla que no sabemos si existe. Una vez que hemos imaginado una ciudad ideal, al vivir en la ciudad real nos consume la insatisfacción o la nostalgia.
Esa inquietud irreparable ha forzado al ser humano a inventar herramientas intelectuales cada vez más poderosas, para poder escapar de las trampas que se había tendido a sí mismo, para ponerse a salvo de su desmesura, (...). Pero esos artificios, en vez de aplacarle, le permiten más retos, le meten en más dificultades, aumentan sus posibilidades y, por lo tanto, su angustia, porque, como dijo Kierkegaard, el sutil descifrador de secretos,
la angustia es la conciencia de la posibilidad."
de José Antonio Marina,
"LAS CULTURAS FRACASADAS.
El Talento y la estupidez de las sociedades"
p.23-24
Ed. Anagrama. Barcelona, 2010