«¡Qué idea tan peregrina! Mira que pensar que la Historia puede recordar todos estos sufrimientos... No sé de dónde les viene a los europeos esa creencia ingenua en la justicia. Piensan que todo está escrito en alguna parte y que, un día, una especie de oprobio eterno castigará los errores y los crímenes cometidos, del primero al último. Cada civilización tiene su propia idea sobre lo que está escrito. Los árabes creen que es el futuro. Maktub: todo lo que debe suceder está escrito por anticipado por un Dios providencial. Los católicos, por su parte, creen en el registro del pasado. Para ellos, todo cuanto ha sucedido será escrito a posteriori por la Historia. Y ese texto, leído el último día por una conciencia universal, situará a cada uno en su justo lugar, castigando a los culpables y llorando eternamente a las víctimas. Para nosotros, que vivimos sobre estas altiplanicies, esa manera de ver las cosas resulta de lo más sorprendente. Si hay una tierra que haya sufrido más horrores de los que es posible concebir, es ésta. En este país, cada surco de los campos ha sido regado con lágrimas. Basta meter al azar las manos en el pasado para sacar puñados de ignominias que a nadie se le ocurriría ni vengar ni absolver porque se han convertido en algo tan insignificante, tan natural, que ha caído en el olvido. Porque aquí la norma no es recordar sino olvidar. Todo el mundo teme el futuro y se adapta al presente, pero a nadie, no, a nadie se le ocurriría esperar lo más mínimo del pasado.»
Las causas perdidas (Premio
Interallié 1999)
Jean-Christophe Rufin