Prohaska no miente. Lo hizo muy pocas veces. Fue, de alguna manera, un hombre impermeable a la mentira, aunque vivió con ella y de ella se nutrió. Hay muchas imágenes de Heidi Knörr. Prohaska la pintó, la fotografió, la filmó. Y siempre lo hizo con una tozudez rabiosa, no dejando que las imágenes se contaminaran del amor innegable que por ella sintió. O sí. Porque el amor, para Prohaska, se concretaba en esa forma de reiteración desnuda, en mostrar a Heidi como era, no como debería ser o como el hombre que la amaba desearía que fuera. Como si Heidi Knórr fuera en realidad inefable y sólo las imágenes, su multiplicación incesante, pudieran dar fe de ella: Heidi amamantando, Hiedi bailando, Heidi bostezando, Heidi cocinando, Heidi cosiendo, Heidi defecando, Heidi durmiendo, Heidi esquiando, Heidi leyendo, Heidi nandando. El amor, pues. Porque lo supo nada más verla.
[...] Ella apareció por sorpresa ante mi mesa de trabajo. [T]omó el pasillo equivocado y me encontró a mí. Ni siquiera nos dijimos nada. Bastó con mirarse. Nunca más nos separamos.
Heidi Knörr murió en abril de 1962. Estuvieron juntos veintiocho años. Algo que, considerado desapasionadamente, es mucho, muchísimo tiempo.
Medusa
Ricardo Menéndez Salmón (2012. pag: 50-51)
Seix Barral.