1 de septiembre de 2014

nos diluimos y multiplicamos...

« [“L]uego/ está el tema de las sendas perdidas/ y el de esas partes de nosotros mismos/ a las que traicionamos por servir/ a una sola faceta (la peor,/ la más absurda y menos favorable)”[*]. Sospecho que este sentimiento de vida dilapidada, estúpidamente dedicada a servir a “nuestra faceta más absurda y menos favorable”, es algo que casi todos hemos sufrido; y, junto a ese sentimiento postrador, el propósito de no volver nunca más a traicionar lo que verdaderamente somos, para ser “nosotros mismos”, Pero se trata de un empeño quimérico: pues no sólo las traiciones a nuestra verdad más profunda nos impiden ser “nosotros mismo”, sino también las percepciones erróneas que sobre nosotros tiene la gente que nos rodea, las imágenes tergiversadas que otros hacen de nosotros, impidiéndonos ser lo que deseamos ser y negando obscenamente lo que somos. Y estas rectificaciones externas que los otros hacen de “nosotros mismos” acaban convirtiéndonos en personas irreconocibles, incluso para nosotros mismos, sobre todo para nosotros mismos.

[…]Mucho más difícil que vencer las traiciones que nos hacen servir a una sola faceta de nosotros mismos es combatir contra el empeño caleidoscópico de algunos por hacernos servir facetas que nada tiene que ver con nosotros.

A la postre, he llegado a la conclusión de que es imposible mostrarnos ante los demás como verdaderamente somos. Frente a la verdad sobre una persona, existen otras verdades imaginarias o interesadas, provocadas por el reflejo de cada uno sobre los demás. Cada persona, al interpretarnos y juzgarnos, nos 'recrea', incorporando a nosotros algo de su propia individualidad; cuando nos quejamos de que alguien no nos comprende, lo que en realidad rechazamos es el intento que esa persona hace de amoldarnos a su propia esencia, agregando rasgos a nuestra personalidad que no son nuestros, sino de ella, en su pretensión de 'adueñarse' de nosotros.

Cada uno de nosotros es el contradictorio resultado de lo que los demás van haciendo de nosotros, en su necesidad de verse a ellos mismos reflejados en nosotros. Cada uno de nosotros está hecho de proyecciones distorsionadas que los demás elaboran en el angosto callejón de sus prejuicios, que suelen estar forrados de espejos deformantes. Y lo más trágico de todo es que estas proyecciones dejan rastro; y acaban desfigurándonos y obligándonos a actuar de diversa manera según sea la gente ante la que 'actuamos', a la que inconscientemente procuramos dar lo que espera de nosotros. Así nos diluimos y multiplicamos. Así, en fin, nos traicionamos.

Nuestro sino es convertirnos en ecos o espejismos cambiantes de múltiples, incontables facetas.»



[*]Poema de Alberto de Cuenca en “Cuaderno de vacaciones