« [“L]uego/ está el tema de las sendas perdidas/ y el de esas partes
de nosotros mismos/ a las que traicionamos por servir/ a una sola
faceta (la peor,/ la más absurda y menos favorable)”[*].
Sospecho que este sentimiento de vida dilapidada, estúpidamente
dedicada a servir a “nuestra
faceta más absurda y menos favorable”,
es algo que casi todos hemos sufrido; y, junto a ese sentimiento
postrador, el propósito de no volver nunca más a traicionar lo que
verdaderamente somos, para ser “nosotros
mismos”, Pero se trata de
un empeño quimérico: pues no sólo las traiciones a nuestra verdad
más profunda nos impiden ser “nosotros
mismo”, sino también las
percepciones erróneas que sobre nosotros tiene la gente que nos
rodea, las imágenes tergiversadas que otros hacen de nosotros,
impidiéndonos ser lo que deseamos ser y negando obscenamente lo que
somos. Y estas rectificaciones externas que los otros hacen de
“nosotros mismos” acaban convirtiéndonos en personas
irreconocibles, incluso para nosotros mismos, sobre todo para
nosotros mismos.
[…]Mucho
más difícil que vencer las traiciones que nos hacen servir a una
sola faceta de nosotros mismos es combatir contra el empeño
caleidoscópico de algunos por hacernos servir facetas que nada tiene
que ver con nosotros.
A
la postre, he llegado a la conclusión de que es imposible mostrarnos
ante los demás como verdaderamente somos. Frente a la verdad sobre
una persona, existen otras verdades imaginarias o interesadas,
provocadas por el reflejo de cada uno sobre los demás. Cada persona,
al interpretarnos y juzgarnos, nos 'recrea', incorporando a nosotros
algo de su propia individualidad; cuando nos quejamos de que alguien
no nos comprende, lo que en realidad rechazamos es el intento que esa
persona hace de amoldarnos a su propia esencia, agregando rasgos a
nuestra personalidad que no son nuestros, sino de ella, en su
pretensión de 'adueñarse' de nosotros.
Cada
uno de nosotros es el contradictorio resultado de lo que los demás
van haciendo de nosotros, en su necesidad de verse a ellos mismos
reflejados en nosotros. Cada uno de nosotros está hecho de
proyecciones distorsionadas que los demás elaboran en el angosto
callejón de sus prejuicios, que suelen estar forrados de espejos
deformantes. Y lo más trágico de todo es que estas proyecciones
dejan rastro; y acaban desfigurándonos y obligándonos a actuar de
diversa manera según sea la gente ante la que 'actuamos', a la que
inconscientemente procuramos dar lo que espera de nosotros. Así nos
diluimos y multiplicamos. Así, en fin, nos traicionamos.
Nuestro
sino es convertirnos en ecos o espejismos cambiantes de múltiples,
incontables facetas.»
[*]Poema
de Alberto de Cuenca en “Cuaderno
de vacaciones”