«Tened más esperanza que recuerdos; lo que haya habido de importante y de bendito en vuestra vida pasada no se ha perdido, así que no os ocupéis más de ello, lo volveréis a vivir;pero, hasta entonces, avanzad.»[...]las verá [estas palabras] casi como una justificación para hacer borrón y cuenta nueva del pasado. Recordará esa necesidad de olvido, que es también una definición de huida; y,quizá incluso, en cierto modo, la base de la locura. (Foenkinos, 2012:216)
Un pudor ridículo en tales circunstancias. Muchas veces en mi vida me he quedado como desfasado con respecto a las palabras que me hubiera gustado decir. Nunca podré volver atrás y recuperar esa ternura.[...] Sentado en una silla a su lado, tenía la impresión de que el tiempo no pasaba. Los minutos, pretenciosos, se tomaban por horas. Era de una lentitud exasperante. Entonces el teléfono móvil me anunció que tenía un nuevo mensaje. Me quedé como en suspenso, sumido en una falsa vacilación, pues en lo más hondo de mí me alegraba de que me hubiera llegado ese mensaje, me alegraba de que algo me sacara de ese letargo, aunque sólo fuer un segundo y por la razón más superficial. Ya no recuerdo el contenido del mensaje pero sí que contesté enseguida. Así, y para siempre, esos pocos segundos insignificantes empañan el recuerdo de esa escena tan importante. Me guardo un terrible rencor por esas diez palabras enviadas a una persona que no significa nada para mí. Acompañaba a mi abuelo en su muerte y buscaba donde fuera la manera de no estar ahí. Poco importa lo que pueda contar de mi dolor, la verdad es ésta: la rutina me había resecado por dentro. ¿Se acostumbra uno al sufrimiento? Se puede estar sufriendo realmente y responder a un mensaje al mismo tiempo. (Foenkinos, 2012:8)
[...]Palabras previstas para llenar el vacío. Pero ¿tan importante es lo que tenemos que decirnos? A veces basta la sola presencia. (Foenkinos, 2012:90)
[...]Yo no había visto venir nada. En el fondo, criticaba la estrechez afectiva de los demás, pero podía empezar a preguntarme si yo mismo, bajo mi apariencia de preocupación por el prójimo, no tenía también tendencia a ir por la vida de manera más bien autónoma. Yo, y solo yo, era responsable de esa soledad tan mía, que constataba con regularidad. [...]Somos ricos, pero lo que poseemos en abundancia no es más que un gran vacío. Y hay algo de comodidad en todo eso, como hay algo de belleza en un adormecimiento progresivo. Mi malestar no resulta ácido. Viaja ligero de equipaje. (Foenkinos, 2012:96)
Los Recuerdos
David Foenkinos
Seix Barral, 2012.