11 de diciembre de 2013

La evaluación de Darwin...

fantástica esta 'fábula' del 'complejo' y endogámico mundo de la Academia...

ACREDITACIÓN FRUSTADA
resumido por Jose María Tortosa 
del texto de Eduardo Gudynas (20/11/13):

El  caso podría haber sido muy sonado. No lo fue. Se trata del intento de un inglés para ser aceptado como profesor en una universidad latinoamericana, todas preocupadas, como las españolas, por la excelencia, por la aportación del conocimiento universitario al crecimiento económico y por la “empleabilidad” de sus titulados. Tomo el texto, resumiéndolo, de un artículo publicado por Eduardo Gudynas en el periódico ecuatoriano La República el pasado día 20. Veamos lo que, según Gudynas, allí han dicho los evaluadores de lo que aquí sería la ANECA encargada de aceptar o rechazar la postulación del candidato.

Lo primero que llamó la atención a los evaluadores fue la avanzada edad del solicitante: 50 años. Parece un poco tarde como para meterse en una universidad donde, todo el mundo sabe, hay que empezar de jovencito.
En segundo lugar, su nivel de estudios, según constaba en su expediente, era muy incompleto: ni máster ni, consiguientemente, doctorado. Solo un título de grado medio en ciencias básicas en un centro religioso. Solo por eso ya podía ser rechazado ya que dicho requisito ya constaba en la convocatoria de la plaza.
En tercer lugar, sus investigaciones recientes mostraban una mayor deficiencia si cabe. De hecho, no había concretado, en su currículum, investigaciones de mérito y se había limitado a indicar que, a bordo de un barco, se había dedicado a tareas de “naturalista” recogiendo muestras que catalogaba y enviaba a museos. Un técnico, en definitiva, no un investigador, cosa que, además, se veía en el nivel de sus publicaciones: un catálogo de fauna observada en sus viajes en el barco y algunas monografías junto a un libro de viajes que no puede considerarse publicación científica. Le faltaban, evidentemente, publicaciones en revistas indexadas (JCR o JCI) y, las que tenía, no estaban entre las de impacto alto: no llegaban ni al cuarto “cuartil”. Además tampoco habían sido citadas significativamente por otros científicos o colegas: muy pocas citas y en contextos de bajo impacto. En definitiva, su producción científica era muy baja y de escasa calidad, cosa que, a mayor abundamiento, se veía en sus muy pocas aportaciones a congresos científicos en forma de ponencia o comunicación. En concreto,  la última comunicación (para más inri, con un coautor) no había recibido un respaldo favorable por parte de la comunidad científica y fue ignorada por los cargos académicos pertinentes.
Por otro lado, el candidato afirmaba en su currículum que estaba a punto de terminar un libro del que daba algunos detalles sobre su propósito y contenido. En su adversidad, dichos detalles no se convirtieron en un mérito, sino en un demérito. Para asombro de los evaluadores lo que parecía insinuar en dicho manuscrito y ya había afirmado en algún texto anterior eran ideas totalmente en contra de lo que estaba establecido en la ciencia contemporánea, es decir, en los centros de primer nivel en los Estados Unidos y Europa anglosajona. Sus extrañas ideas, pensaron los evaluadores, quizás se explicasen por el aislamiento que el candidato había tenido durante sus viajes, sin conexión con centros universitarios y sin acceso a la bibliografía reciente y pertinente, cosas, como es sabido, relacionadas entre sí: son los centros universitarios los que dictaminan qué bibliografía es la pertinente o lo que algunos autores llaman “ciencia normal”.
Los evaluadores añadían que sus escasas publicaciones ni habían tenido ni iban a tener un impacto en el crecimiento económico, la innovación y la productividad, que son los objetivos de toda la institución universitaria. “Por lo tanto”, concluían los evaluadores “que la calidad académica es muy baja, y la relevancia científica para el desarrollo nacional es escasa”. Así que se quedaba sin la plaza.
Eso sí, todo hay que decirlo, vistas sus capacidades, la comisión le aconsejaba que suspendiese la publicación del libro que estaría finalizando y que, en su lugar, buscase una beca, si la hubiere, para hacer un máster y un doctorado cuanto antes ya que, dada la edad del concursante y sus escasas contribuciones importantes a la ciencia, el tiempo se le venía encima. Lo de la beca, la comisión lo sabía bien, era problemático, dados los recortes dictados por la austeridad reinante. En todo caso, le aconsejaban que dejase de escribir libros y que, en su lugar, dedicase sus esfuerzos a publicar artículos cortos (no importa si repetidos) en revistas de alto impacto, en especial en aquellos temas que sirviesen para la explotación de recursos naturales y para el bienestar del país medido a través del crecimiento económico. Si así lo hacía, podría volver a presentarse dentro de cinco años. Y que no se preocupase si el mismo artículo lo publicaba en revistas diferentes, ya que lo que la evaluación mediría lo era “al peso” (cantidad) sin mayores referencias al contenido (calidad). Tampoco importaba si los artículos en revistas de alto impacto eran en esas revistas que hay que pagar tus buenos dólares para que tengan a bien publicarte.

El rechazo de la comisión fue unánime y así se le comunicó al supuesto aspirante del supuesto concurso a la supuesta plaza, un tal Charles Darwin que pretendía publicar El origen de las especies.