fantástica esta 'fábula' del 'complejo' y endogámico mundo de la Academia...
ACREDITACIÓN FRUSTADA,
resumido por Jose María Tortosa
del texto de Eduardo Gudynas (20/11/13):
El
caso podría haber sido muy sonado. No lo fue. Se trata del intento
de un inglés para ser aceptado como profesor en una universidad
latinoamericana, todas preocupadas, como las españolas, por la
excelencia, por la aportación del conocimiento universitario al
crecimiento económico y por la “empleabilidad” de sus titulados.
Tomo el texto, resumiéndolo, de un artículo
publicado por Eduardo Gudynas en
el periódico ecuatoriano La
República el
pasado día 20. Veamos lo que, según Gudynas, allí han dicho los
evaluadores de lo que aquí sería la ANECA encargada de aceptar o
rechazar la postulación del candidato.
Lo
primero que llamó la atención a los evaluadores fue la avanzada
edad del solicitante: 50 años. Parece un poco tarde como para
meterse en una universidad donde, todo el mundo sabe, hay que empezar
de jovencito.
En
segundo lugar, su nivel de estudios, según constaba en su
expediente, era muy incompleto: ni máster ni, consiguientemente,
doctorado. Solo un título de grado medio en ciencias básicas en un
centro religioso. Solo por eso ya podía ser rechazado ya que dicho
requisito ya constaba en la convocatoria de la plaza.
En
tercer lugar, sus investigaciones recientes mostraban una mayor
deficiencia si cabe. De hecho, no había concretado, en su
currículum, investigaciones de mérito y se había limitado a
indicar que, a bordo de un barco, se había dedicado a tareas de
“naturalista” recogiendo muestras que catalogaba y enviaba a
museos. Un técnico, en definitiva, no un investigador, cosa que,
además, se veía en el nivel de sus publicaciones: un catálogo de
fauna observada en sus viajes en el barco y algunas monografías
junto a un libro de viajes que no puede considerarse publicación
científica. Le faltaban, evidentemente, publicaciones en revistas
indexadas (JCR o JCI) y, las que tenía, no estaban entre las de
impacto alto: no llegaban ni al cuarto “cuartil”. Además tampoco
habían sido citadas significativamente por otros científicos o
colegas: muy pocas citas y en contextos de bajo impacto. En
definitiva, su producción científica era muy baja y de escasa
calidad, cosa que, a mayor abundamiento, se veía en sus muy pocas
aportaciones a congresos científicos en forma de ponencia o
comunicación. En concreto, la última comunicación (para más
inri, con un coautor) no había recibido un respaldo favorable por
parte de la comunidad científica y fue ignorada por los cargos
académicos pertinentes.
Por
otro lado, el candidato afirmaba en su currículum que estaba a punto
de terminar un libro del que daba algunos detalles sobre su propósito
y contenido. En su adversidad, dichos detalles no se convirtieron en
un mérito, sino en un demérito. Para asombro de los evaluadores lo
que parecía insinuar en dicho manuscrito y ya había afirmado en
algún texto anterior eran ideas totalmente en contra de lo que
estaba establecido en la ciencia contemporánea, es decir, en los
centros de primer nivel en los Estados Unidos y Europa anglosajona.
Sus extrañas ideas, pensaron los evaluadores, quizás se explicasen
por el aislamiento que el candidato había tenido durante sus viajes,
sin conexión con centros universitarios y sin acceso a la
bibliografía reciente y pertinente, cosas, como es sabido,
relacionadas entre sí: son los centros universitarios los que
dictaminan qué bibliografía es la pertinente o lo que algunos
autores llaman “ciencia normal”.
Los
evaluadores añadían que sus escasas publicaciones ni habían tenido
ni iban a tener un impacto en el crecimiento económico, la
innovación y la productividad, que son los objetivos de toda la
institución universitaria. “Por lo tanto”, concluían los
evaluadores “que la calidad académica es muy baja, y la relevancia
científica para el desarrollo nacional es escasa”. Así que se
quedaba sin la plaza.
Eso
sí, todo hay que decirlo, vistas sus capacidades, la comisión le
aconsejaba que suspendiese la publicación del libro que estaría
finalizando y que, en su lugar, buscase una beca, si la hubiere, para
hacer un máster y un doctorado cuanto antes ya que, dada la edad del
concursante y sus escasas contribuciones importantes a la ciencia, el
tiempo se le venía encima. Lo de la beca, la comisión lo sabía
bien, era problemático, dados los recortes dictados por la
austeridad reinante. En todo caso, le aconsejaban que dejase de
escribir libros y que, en su lugar, dedicase sus esfuerzos a publicar
artículos cortos (no importa si repetidos) en revistas de alto
impacto, en especial en aquellos temas que sirviesen para la
explotación de recursos naturales y para el bienestar del país
medido a través del crecimiento económico. Si así lo hacía,
podría volver a presentarse dentro de cinco años. Y que no se
preocupase si el mismo artículo lo publicaba en revistas diferentes,
ya que lo que la evaluación mediría lo era “al peso” (cantidad)
sin mayores referencias al contenido (calidad). Tampoco importaba si
los artículos en revistas de alto impacto eran en esas revistas que
hay que pagar tus buenos dólares para que tengan a bien publicarte.
El
rechazo de la comisión fue unánime y así se le comunicó al
supuesto aspirante del supuesto concurso a la supuesta plaza, un tal
Charles Darwin que pretendía publicar El
origen de las especies.