«Sin
duda, tampoco él se hubiera atrevido a volverse contra Dios por
arrebatarle a su abuelo cuando el anciano alcanzó la edad adecuada
para morir. Pero ¿y por matar a Alan con la polio a los doce
años?¡Por la misma existencia de la polio?¿Cómo podía haber
perdón -y no digamos aleluyas- ante una crueldad tan demencial? [...] le hubiera parecido una afrenta mucho menor que el
grupo de deudos se declarasen oficiantes de la majestad solar, hijos
de una deidad solar inmutable, y, a la manera ferviente de las
antiguas civilizaciones paganas de nuestro hemisferio, se entregaran
a una danza solar ritual alrededor de la tumba del muchacho
muerto..., mejor eso, mejor santificar y aplacar los rayos no
refractados del Gran Padre Sol que someterse a un ser supremo por
cualquier crimen atroz que le plazca perpetrar. Sí, mucho mejor
alabar al insustituible generador de vida que ha mantenido nuestra
existencia desde sus orígenes, mucho mejor honrar con la oración tu
encuentro cotidiano con ese ojo dorado y ubicuo aislado en la
inmensidad azul del cielo y su poder inmanente de incinerar la tierra
que engullir la mentira oficial de que Dios es bueno y doblar la
cerviz ante un asesino de niños a sangre fría. Mejor para tu
dignidad, para tu humanidad, para tu valía en general, y por
supuesto para tu idea cotidiana sobre qué demonios está ocurriendo
aquí, sea lo que fuere.»
(Roth, 2012:62)
«¿Es
la divinidad adversa a nuestra existencia en la tierra?
Su concepto de Dios era el de un ser omnipotente no construido por la
unión de tres personas en una divinidad, como en el cristianismo,
sino de dos: un jodido enfermo y un genio maligno.
Para
mi mentalidad atea, proponer un Dios semejante no era ciertamente más
ridículo que creer en las divinidades que confortan a millones de
seres humanos;[...] Tenía que convertir la tragedia en sentimiento
de culpa. Tenía que encontrarle una necesidad a lo que sucede.[…]
Tiene que preguntar por qué. ¿Por qué? ¿Por qué? Que sea
gratuita, contingente, absurda y trágica no le satisface. Este
mártir, este maníaco del porqué busca desesperadamente una causa
más profunda, y encuentra el porqué ya sea en Dios, ya sea en sí
mismo o, de una manera mística, misteriosa, en la temible unión de
ambos como el único destructor.» (Roth, 2012:195-196)
Némesis.
(Debolsillo, 2012. Barcelona)